NEO 301

Es preocupante cómo se ha naturalizado el rechazo hacia lo diferente a partir de espacios fértiles a la desacreditación, a discursos de fragmentación que imposibilitan la convergen- cia de la pluralidad y la diversidad, que sentencian que quien no piensa como yo está equivocado y debe ser silenciado.

La identidad social es la relación que te- nemos con nuestros “iguales”, aquellos que conforman nuestras esferas y cír- culos sociales y de quienes obtenemos reconocimiento y aceptación; refiere al “nosotros” y por ende nos es vital para subsistir como animales sociales que so- mos. En este sentido, todo lo que sale de “nuestras” concepciones, improntas y códigos -es decir, lo diferente a no- sotros, lo diferente a mí es visto como “el otro”– y se configura como un espejo que me devuelve lo que soy y lo que no soy, impulsa el surgimiento del miedo a lo desconocido, el temor por aquello que nos es ajeno y sobre lo que no tenemos control: la otredad. La otredad confronta e incómoda, cues- tiona las creencias y construcciones que tenemos del mundo y de la vida, la realidad misma. Desde sus inicios, el ser humano ha buscado proteger lo que conoce y rechazado aquello que no. Dejar entrar al otro, a lo diferente, implicaría cuestionar y hasta cierto punto desestabilizar las certezas que se tienen y con ellas las bases en las que se han construido culturas, siste- mas, ideologías y religiones. Por ello, resulta esencial abordar la otredad desde un enfoque diferente, como el cimiento de la pluralidad que, paradó- jicamente, conlleva al fortalecimiento de las múltiples identidades que inte- gran las sociedades. El rechazo a lo diferente es reforzado por la voz del “nosotros”, centrada en una noción hermética y poco flexible. Presupone que la visión de aquel que piensa, siente, opina y actúa diferente a mí está equivocado; no se cuestiona ni se asume como un pensamiento válido, simplemente de se descalifica y se anula.

En el mejor de los casos se convierte en una discusión en redes sociales donde el hate y la descalificación se ha vuelto una válvula de despresurización social, como el caso de Yahritza y su Esencia y la avalancha de odio hacia el grupo musical por manifestar su desagrado por la comida mexicana. En este hecho no solo afloró nuestra “identidad” y or- gullo nacional, afloró también el pro- fundo racismo que como mexicanos tanto nos cuesta acepar, señalando que los integrantes de la agrupación no tenían derecho a esta opinión da- dos sus rasgos físicos. En los peores escenarios el rechazo a la otredad conlleva a agresiones entre grupos sociales, a la violencia física, a ataques con ácido a mujeres, a golpizas contra adolescentes y profesoras de kínder, a peleas campales entre aficio- nados de futbol, a la fractura de socie- dades, al desgarre del tejido social, a la polarización de un país. Esto no es un fenómeno nuevo, la his- toria ha vivido casos extremos como el genocidio de Ruanda y el de Camboya, que han buscado callar y matar la voz de los otros. Es sumamente preocupante cómo se ha naturalizado el rechazo ha- cia lo diferente a partir de espacios fér- tiles a la desacreditación, a discursos de fragmentación que imposibilitan la con- vergencia de la pluralidad y la diversi- dad, que sentencian que quien no piensa como yo está equivocado y debe ser si- lenciado. El tema cobra relevancia en un escenario mundial cada vez más diverso y menos tolerante, en un país en el que su presidente mantiene una constante línea de confrontación hacia quienes di- fieren de él, asumiéndolos como adver- sarios, conservadores y fifís.

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